4 Errores de las Pymes al Contratar un Diseñador
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4 Errores de las Pymes al Contratar un Diseñador
1)Contratar a un diseñador sin experiencia
Las empresas pequeñas generalmente requieren de presupuestos pequeños, así que para ahorrarse unos miles de pesos contratan a un diseñador ansioso por probarse con un proyecto profesional, que les cobre barato con tal de agregar algo a su portafolio. Pero creo que todos los diseñadores lo podemos admitir: nuestros primeros trabajos fueron desastrosos, técnica y diseñísticamente.
No dudo que haya uno que otro diseñador sin experiencia que pueda sacar un proyecto excelente, pero el hecho es que—si tomas a un diseñador no-experimentado completamente al azar—es muy probable que no saque un proyecto satisfactorio sin la ayuda de un diseñador más senior. Si el empresario tiene buen ojo para el diseño (algo excepcionalmente raro, pero puede suceder) será capaz de identificar a un estudiante talentoso, en cuyo caso sí puede resultar un proyecto exitoso.
Y antes de que los estudiantes entre mis lectores salten con cuchillo en mano: estoy hablando de principios de la carrera, o los primeros proyectos de diseño que hayas hecho. ¿Te contratarías a ti mismo, en tu versión virgen (diseñísticamente) para realizar un proyecto sin supervisión de otro diseñador más experimentado? Yo no lo haría.
2) Tratar de aparentar algo que no son
Un vicio muy común entre los dueños/administradores es que usan el discurso para vender su empresa con el diseñador. Ejemplo: "Somos un empresa joven, multinacional, con operaciones en el D.F., Sao Paolo y Tokyo. Comercializamos artículos de lujo en todo el mundo"; donde joven significa "hace tres semanas se me ocurrió lo que voy a hacer" y donde multinacional signifca "tengo amigos en otros países que me podrían ayudar, pero no he platicado con ellos".
Es más o menos el equivalente a ir con un arquitecto y pedirle oficinas para 500 personas, cuando en realidad son tres. Una manera muy común de cobrar entre los diseñadores es según el tamaño del sapo es la pedrada. Lo cual significa que, entre más grande aparentes ser, más te van a cobrar. En lo personal no estoy muy de acuerdo con esta actitud, pero sí cobraría más por un cliente grande porque 1. Tienes que lidiar con más gente y 2. Los clientes grandes requieren de soluciones más complejas.
Pongamos de ejemplo una identidad corporativa. Si hablas de una empresa multinacional el diseñador se estará imaginando tarjetas de presentación, papelería, anuncios y rótulos en distintas versiones y distintos idiomas. Y si es muy ingenuo, tal vez se esté imaginando hasta el jet privado rotulado.
Lo mejor es simplemente ser sincero respecto al tamaño e importancia de tus operaciones. Los diseñadores más experimentados pueden oler estas exageraciones a kilómetros de distancia, pero lo mejor es ser francos para no indignarte cuando te llegue un cotización del tamaño de la empresa que dijiste que eras.
3) Pedir la opinión de alguien irrelevante al proyecto
Por alguna extraña razón, a veces confiamos más en las personas que conocemos personalmente que aquellos que tienen experiencia en el ramo. Muchos clientes llaman a su secretaria/pareja/persona irrelevante para ver qué opina acerca de alguna propuesta de diseño. Puede ser que el cliente perciba que la secretaria combina de manera excelente los colores de su ropa, o que su esposo tiene un gusto excelente para los muebles del hogar, pero no son gustos aplicables a un proyecto de diseño.
Esto tiende a suceder más en las empresas pequeñas, porque frecuentemente solo hay dos personas involucradas (el cliente y el diseñador). El cliente no confía en su propio gusto, así que llama a alguien a quien tiene en alta estima (por alguna habilidad real o aparente) para que dé su opinión respecto al proyecto. No estoy en contra de meter a terceras personas, siempre y cuando la habilidad sea real y tenga alguna función dentro de la empresa. Me ha tocado que un cliente llevara a su esposa, y sugirió que cambiáramos la propuesta a rosa (siempre se meten con el color, y no era de sorprenderse que llevara un vestido rosa). Afortunadamente al cliente no le gustaba el rosa y me evité ese round.
4) Trabajar sin contrato
Hasta hace poco era partidario de creer en la gente, no en un pedazo de papel. Y la verdad es que la experiencia no me ha resultado del todo mala. Pero después leí la Ley Federal de Derechos de Autor, y si me pongo en los zapatos de un empresario estoy en una desventaja enorme. La cosa funciona así: si no tienes un contrato, la Ley Federal de Derechos de Autor toma un caso por defecto inmensamente injusto para el empresario.
Si un diseñador le hace un logotipo a una empresa (sin contrato), lo que en realidad le está vendiendo es una licencia de uso exclusivo por cinco años, sin la posibilidad de realizar obras derivadas. En un escenario hipotético, el empresario puede invertir millones en branding durante estos primeros cinco años, pasado este tiempo llega el diseñador y amenaza con no renovar la licencia si no le sueltan otra cantidad obscena de dinero. Esto solo es aplicable en México, no sé en otros países.
La razón detrás de esto es que la Ley de Derechos de Autor está fundamentada en obras literarias. Así que tiene lógica con una novela: encargas a un escritor una novela, le das algo de dinero a cambio de explotarla durante cinco años, y después de este periodo regresa a ser de su propiedad para hacer con ella lo que le venga en gana. Con algunos objetos de diseño funciona bien (muebles, tipografías, ilustraciones), pero en muchos casos resulta fatal (identidad, editorial, empaque).
El contrato puede hacerse de dos maneras: uno donde se especifica que la obra es realizada por encargo, y por lo tanto los derechos son propiedad de la persona que contrata los servicios del diseñador. La segunda es otorgando derechos exclusivos durante la vigencia del copyright (100 años en México, generalmente 75 años en otros países), pero evita que se hagan obras derivadas.
Las empresas pequeñas generalmente requieren de presupuestos pequeños, así que para ahorrarse unos miles de pesos contratan a un diseñador ansioso por probarse con un proyecto profesional, que les cobre barato con tal de agregar algo a su portafolio. Pero creo que todos los diseñadores lo podemos admitir: nuestros primeros trabajos fueron desastrosos, técnica y diseñísticamente.
No dudo que haya uno que otro diseñador sin experiencia que pueda sacar un proyecto excelente, pero el hecho es que—si tomas a un diseñador no-experimentado completamente al azar—es muy probable que no saque un proyecto satisfactorio sin la ayuda de un diseñador más senior. Si el empresario tiene buen ojo para el diseño (algo excepcionalmente raro, pero puede suceder) será capaz de identificar a un estudiante talentoso, en cuyo caso sí puede resultar un proyecto exitoso.
Y antes de que los estudiantes entre mis lectores salten con cuchillo en mano: estoy hablando de principios de la carrera, o los primeros proyectos de diseño que hayas hecho. ¿Te contratarías a ti mismo, en tu versión virgen (diseñísticamente) para realizar un proyecto sin supervisión de otro diseñador más experimentado? Yo no lo haría.
2) Tratar de aparentar algo que no son
Un vicio muy común entre los dueños/administradores es que usan el discurso para vender su empresa con el diseñador. Ejemplo: "Somos un empresa joven, multinacional, con operaciones en el D.F., Sao Paolo y Tokyo. Comercializamos artículos de lujo en todo el mundo"; donde joven significa "hace tres semanas se me ocurrió lo que voy a hacer" y donde multinacional signifca "tengo amigos en otros países que me podrían ayudar, pero no he platicado con ellos".
Es más o menos el equivalente a ir con un arquitecto y pedirle oficinas para 500 personas, cuando en realidad son tres. Una manera muy común de cobrar entre los diseñadores es según el tamaño del sapo es la pedrada. Lo cual significa que, entre más grande aparentes ser, más te van a cobrar. En lo personal no estoy muy de acuerdo con esta actitud, pero sí cobraría más por un cliente grande porque 1. Tienes que lidiar con más gente y 2. Los clientes grandes requieren de soluciones más complejas.
Pongamos de ejemplo una identidad corporativa. Si hablas de una empresa multinacional el diseñador se estará imaginando tarjetas de presentación, papelería, anuncios y rótulos en distintas versiones y distintos idiomas. Y si es muy ingenuo, tal vez se esté imaginando hasta el jet privado rotulado.
Lo mejor es simplemente ser sincero respecto al tamaño e importancia de tus operaciones. Los diseñadores más experimentados pueden oler estas exageraciones a kilómetros de distancia, pero lo mejor es ser francos para no indignarte cuando te llegue un cotización del tamaño de la empresa que dijiste que eras.
3) Pedir la opinión de alguien irrelevante al proyecto
Por alguna extraña razón, a veces confiamos más en las personas que conocemos personalmente que aquellos que tienen experiencia en el ramo. Muchos clientes llaman a su secretaria/pareja/persona irrelevante para ver qué opina acerca de alguna propuesta de diseño. Puede ser que el cliente perciba que la secretaria combina de manera excelente los colores de su ropa, o que su esposo tiene un gusto excelente para los muebles del hogar, pero no son gustos aplicables a un proyecto de diseño.
Esto tiende a suceder más en las empresas pequeñas, porque frecuentemente solo hay dos personas involucradas (el cliente y el diseñador). El cliente no confía en su propio gusto, así que llama a alguien a quien tiene en alta estima (por alguna habilidad real o aparente) para que dé su opinión respecto al proyecto. No estoy en contra de meter a terceras personas, siempre y cuando la habilidad sea real y tenga alguna función dentro de la empresa. Me ha tocado que un cliente llevara a su esposa, y sugirió que cambiáramos la propuesta a rosa (siempre se meten con el color, y no era de sorprenderse que llevara un vestido rosa). Afortunadamente al cliente no le gustaba el rosa y me evité ese round.
4) Trabajar sin contrato
Hasta hace poco era partidario de creer en la gente, no en un pedazo de papel. Y la verdad es que la experiencia no me ha resultado del todo mala. Pero después leí la Ley Federal de Derechos de Autor, y si me pongo en los zapatos de un empresario estoy en una desventaja enorme. La cosa funciona así: si no tienes un contrato, la Ley Federal de Derechos de Autor toma un caso por defecto inmensamente injusto para el empresario.
Si un diseñador le hace un logotipo a una empresa (sin contrato), lo que en realidad le está vendiendo es una licencia de uso exclusivo por cinco años, sin la posibilidad de realizar obras derivadas. En un escenario hipotético, el empresario puede invertir millones en branding durante estos primeros cinco años, pasado este tiempo llega el diseñador y amenaza con no renovar la licencia si no le sueltan otra cantidad obscena de dinero. Esto solo es aplicable en México, no sé en otros países.
La razón detrás de esto es que la Ley de Derechos de Autor está fundamentada en obras literarias. Así que tiene lógica con una novela: encargas a un escritor una novela, le das algo de dinero a cambio de explotarla durante cinco años, y después de este periodo regresa a ser de su propiedad para hacer con ella lo que le venga en gana. Con algunos objetos de diseño funciona bien (muebles, tipografías, ilustraciones), pero en muchos casos resulta fatal (identidad, editorial, empaque).
El contrato puede hacerse de dos maneras: uno donde se especifica que la obra es realizada por encargo, y por lo tanto los derechos son propiedad de la persona que contrata los servicios del diseñador. La segunda es otorgando derechos exclusivos durante la vigencia del copyright (100 años en México, generalmente 75 años en otros países), pero evita que se hagan obras derivadas.
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